12.8.07

La máquina de programar clases


Copyright © 2007 juan carrillo

Rebeca había leído hace muchos años acerca de un raro software que cumplía las funciones de un psicólogo, una especie de tutor portátil. Diríamos, un Pepe Grillo. El programa, alimentado de una abundante casuística psicoterapéutica, se podía instalar en el auto y era capaz de contestar preguntas o hacer recomendaciones acerca del propio estado emocional –angustias pasajeras, neurosis de oficina, depresiones con crisis de ansiedad, ataques edípicos repentinos y demás patologías de la vida cotidiana- en el tiempo que tomaba llegar desde la casa al trabajo. Rebeca recordó esto cuando se enteró hace poco, en el último número de Etiqueta Negra, que también había sido inventado un curioso aparatito llamado babycry, capaz de registrar el llanto de un bebé y de ubicarlo dentro de alguna de cinco categorías, distinguibles por su origen y por su forma de afrontarlas. De este práctico modo, la madre sabría obrar en consecuencia con cero margen de error. Entonces Rebeca pensó ¿y si invento una máquina para hacer programaciones curriculares?

Rebeca tenía varios años formulando el currículo escolar y muchas horas de vuelo en materia de capacitación a maestros, justamente en el meticuloso arte de programar la enseñanza para el corto y el largo plazo. Sólo necesitaba un ingeniero de sistemas muy creativo y, para fortuna suya, su hermano Jaime lo era. Luego de un arduo trabajo e interminables malas noches, el invento cobró vida. La máquina de Rebeca, con una pantalla de cristal líquido sensible al tacto, no más grande que un fólder tamaño carta, tenía dos botones rojos en la parte superior. El de la izquierda decía «Programación anual», el de la derecha «Programación de corto plazo». Si oprimías el primero aparecía una menú con tres casilleros que decían: 1-Tiempo/ 2-Calendario de la comunidad/ 3-Logros de aprendizajes. Si oprimías el segundo, aparecían nuevos casilleros que decían esta vez: 1-Unidades de aprendizaje/ 2-Proyectos de aprendizaje/ 3-Módulos de aprendizaje específico. Rebeca probó con la opción «proyectos de aprendizaje». Entonces, se desplegó un menú que decía:

(1) Necesidad de la que parte
(2) Secuencia de actividades pertinentes
(3) Propósitos
(4) Áreas de desarrollo curricular que integra
(5) Capacidades que desarrolla
(6) Problema concreto que resuelve
(7) Producto final

Se podía oprimir la opción uno y aparecía un listado amplio de necesidades o problemas agrupados por tipos. Según la que eligieras, la maquina desplegaba automáticamente tres secuencias de actividades sugeridas para ser ejecutadas por los alumnos, todas ellas con su respectivo propósito. Se podía elegir una de las tres o pedir a la máquina que presente otras 3 secuencias alternativas, las que también podían combinarse si uno lo deseaba. Hecha la elección, la maquina desplegaba tres nuevas listas: una con las áreas curriculares relacionadas a las actividades seleccionadas, otra con las capacidades que podrían promoverse con mayor afinidad y otra con el problema concreto que se resolvería una vez ejecutado el proyecto. Si se deseaba modificar en todo o en parte alguno de estos listados o todos ellos, había una opción para eso. La máquina estaba programada para arrojar cientos de alternativas de diversa categoría y realizar miles de combinaciones posibles, todas lógicamente alineadas con la necesidad principal y el tipo de actividades anteriormente escogidas.

Una vez tomada una decisión sobre estas últimas propuestas, la máquina sugería 5 «productos finales», ordenados de mayor a menor jerarquía. Una vez elegido alguno, la maquina disparaba un conjunto de pautas y recomendaciones adicionales que el profesor debería hacer a sus alumnos.

Rebeca puso a prueba también las otras opciones de programación, «Unidades de aprendizaje» y «Módulos», y la máquina desplegó una vez más sus listados de alternativas. Rebeca ratificó el asombroso poder de su invento. Estaba estupefacta. Si los maestros pudieran pagar por él, sería rica. Pero… ¿Y se lo vendiera a Bill Gates? ¿Acaso no causaría asombro en los maestros del mundo? ¿Acaso no les resolvería la vida? No habría necesidad de sentarse a programar clases nunca más. Bastaría ingresar el currículo del respectivo país a la base de datos y el aparato se encargaría de organizar propuestas de actividades pedagógicas para cada aprendizaje requerido. El hermano de Rebeca, siguiendo sus indicaciones, había colocado incluso un comando especial llamado «Enfoque pedagógico», con varias posibilidades a elegir. El usuario podía pedirle a la máquina que le seleccione tipos de actividades según el enfoque de su preferencia.

Claro, la máquina tenía un defecto: no podría programar a partir de las necesidades específicas de aprendizaje de niños o adolescentes de carne y hueso, de una escuela y un grado en particular. Tampoco considerar sus diferencias de aptitud y habilidad, ni sus referentes culturales, ni sus saberes previos, ni sus intereses generacionales o sus diferencias de personalidad. Y Rebeca lo sabía de antemano. Pero, aquí estamos entre amigos, así es que podemos hablar claro… ¿Quién hace eso? Si alguien objetase que para tal cosa se necesita un ser humano, Rebeca contestaría: pago por verlo. No podemos pedirle a la máquina, pensaba Rebeca, que programe de un modo que ni los propios mortales practican y que no forma parte de las tradiciones del magisterio.

Simón Rodríguez, gran amigo y profesor de la Universidad Católica de Valparaíso, me escribió hace poco para enfatizar, a propósito de un artículo anterior, el valor de eso que se llama «saber pedagógico» del docente. Me hablaba del amplio consenso que existe a nivel internacional acerca de una dimensión esencial de este saber: el conocimiento de las personas a quienes vamos a educar, así como la capacidad de identificar y utilizar la estrategia pedagógica más adecuada a los diversos contextos en los que toque enseñar. Simón, Rebeca no está de acuerdo contigo, yo sí.

Es curioso, pero esta necesidad de construir una respuesta adaptada al contexto, basándose en una evaluación de sus características, no surge naturalmente en el profesor, como sí surge en el médico, el psicólogo, el militar, el arquitecto o el contador público. En ninguna de estas profesiones se toman decisiones sin haber evaluado previamente la situación concreta sobre la que se va a intervenir. En todas estas profesiones, se es sumamente perceptivo a las variaciones de la realidad, cualquier cambio relevante implica revocar decisiones previas y adoptar nuevas. En todos estos casos, los planes son muy sensibles al curso que vayan tomando los hechos, cualquier rigidez resultaría absurda y arrastraría nefastas consecuencias. Javier Sota Nadal, arquitecto y ex Ministro de Educación, contó en una oportunidad cómo es que ni siquiera las casas terminan pareciéndose a su maqueta, pues en el proceso de su construcción dificultades no previstas del terreno, variaciones en los materiales y hasta presiones del vecindario, podrían implicar modificaciones al diseño previo.

Pero los educadores no perdemos el sueño si diseñamos planes de clase rígidos e intemporales basados exclusivamente en las intenciones del educador o, si acaso coinciden, en las demandas del currículo. Es por eso que Rebeca puede inventar una máquina capaz de producir programas estandarizados de enseñanza, prescindiendo de un dato esencial: los alumnos, y basándose en una sola fuente: el currículo. Ella asume de buena fe, como muchos docentes, que lo que hay que enseñar son los contenidos curriculares y lo demás es rollo. «Lo demás», es decir, los conocimientos previos de los estudiantes, el capital cultural de su comunidad, las diferencias estructurales en el perfil de aptitudes existentes en el aula, la vida cotidiana, la memoria colectiva de su pueblo, las expectativas y las sensibilidades de los niños, nada menos. Todo esto suena bien en los discursos, admite Rebeca con algo de pena, pero no es operativo, nunca se entregaron instrumentos a los maestros para poder recoger eso y colocarlo en una programación como premisa o como logro, a menos que fuese como contenidos de información. Es decir, como insumos para la memoria.

El «Programa Nacional de Formación y Capacitación Permanente» 2007-2011, anunciado hace poco por el Ministerio de Educación y encargado a un conjunto de Universidades, se enfocará a lo largo de 220 horas en las capacidades comunicativas y lógico matemáticas del docente, así como en su dominio del currículo. Coincidentemente, uno de los indicadores de «logro destacado» propuesto para el dominio curricular es «Elabora su programación sobre la base de un proceso de diversificación y adecuación curricular, que responde a las características de los estudiantes con una perspectiva intercultural e inclusiva». Rebeca se pregunta, sin embargo, quién va a enseñar esto. Pese a sus años de experiencia, su posición privilegiada y su vínculo casi maternal con el currículo, lo recuerda como frase pero no registra antecedentes de una capacitación oficial en esa línea en los últimos diez años, es decir, en todo el tiempo que lleva la reforma curricular en el país.

Danilo Ordóñez sostenía que los docentes suelen ser formados como especialistas en la planificación de clases, pero que los aprendizajes dependen principalmente de la calidad de las interacciones con sus alumnos en el aula. Sólo que a interactuar nadie les enseña. Naturalmente, Rebeca tampoco concuerda con Danilo. Si no creyera que la programación curricular lo es todo y que el currículo es autosuficiente para decidir sobre los planes de clase, no habría inventado esa máquina. Infortunadamente, el día que la ponga a la venta, habrá una copia pirata en el mercado informal al alcance de los maestros.

Lima, 12 de agosto de 2007

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Parece que no soy el unico que piensa que tener una herramienta automatica para preparar clases es plausible. Rebeca como cualquiera de los que asi pensamos podemos estar equivocados en algun aspecto de esta iniciativa, pero si se dan cuenta, la unica objeción valida que expone el autor del articulo, es que tenndria la posibilidad de hacerse rico, y claro esa objecion tambien la considero valida, no es etico volverse rico con el servicio de la educación, por lo demas, esas explicacónes tautologicas pedagogicas axiologicas como quiera lllamrse me resultan demasiado elitizantes, como la frasesita esa de"las diferencias estructurales en el perfil de aptitudes existentes en el aula", me dejo perplejo, por si no se recuerda, esas maquinas de hacer planes curriculares existen en los manuales de programacin curricular, que mas da si se crea una maquina, no seria que eso elimina la creatividad, al contrario, solo ledaria un elemento masde juicio, simon no estoy de acuerdo contigo del todo. Agradezco que el autor del articulo haya marcado una posicion, esta es la mia.

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