12.7.08

Ocho preguntas al poder


Fotografía © Abuela Pinocho/www.flickr.com

¿Cualquier ama de casa sin educación superior podría usarlo sin dificultad? Esa fue la pregunta, prejuiciosa pero sincera, que me brotó espontáneamente cuando mi amiga Adriana, una brillante psicóloga recién egresada de la Universidad Católica, me dijo que había encontrado en la biblioteca un método fabuloso para resolver problemas. Era el verano de 1992. Yo le había pedido que haga indagaciones sobre la materia, pues por entonces estaba escribiendo mi segundo libro sobre castigo y solución de conflictos en la educación infantil. Ese tema me quitaba el sueño.


Mi curiosidad tenía que ver en parte con el libro que acababa de terminar de leer, un libro extraordinario del maestro Paul Watzlawick, escrito en colaboración con John Weakland y Richard Fisch en 1976. El libro se llamaba CAMBIO: formación y solución de problemas humanos. Luego de una muy larga e infructuosa pesquisa académica acerca de cuál podría ser el procedimiento más eficaz para resolver problemas en la relación humana, habida cuenta de su larga experiencia terapéutica, los tres autores decidieron investigar cómo hacía la sencilla gente de la calle, desprovista de toda ciencia, para resolver bien problemas complejos en su propia vida, sin que ningún iluminado les asesore. Lo que, como comprenderán, me remitía inconciente e inevitablemente al ama de casa sin profesión.

El método tiene 14 pasos, me dijo Adriana, está bien fundamentado y su autor es un teórico cognitivo. Me quedé en silencio por unos instantes y luego volví a la carga con mi pregunta, sólo que formulada de otra manera. ¿Se necesita un postgrado para entenderlo? Adriana me miró con una sonrisa cómplice y me dijo, bueno… más o menos. Entonces no nos sirve, le dije. Necesito, si acaso existe, algún procedimiento serio que pueda ser razonablemente efectivo, pero que pueda a la vez estar al alcance no sólo de psicólogos o filósofos cultivados sino del sentido común de cualquier persona que tenga la responsabilidad de educar a un niño en cualquier escenario de la vida.

Los resultados de estas búsquedas serían materia de otra conversación. Luego de muchos años de acumular perplejidades en otros ámbitos de la vida, me ha surgido ahora con no menos angustia que en 1992, una pregunta distinta. ¿Habrá alguna manera de distinguir, a través de procedimientos relativamente sencillos y accesibles, una política pública en educación de aquello que se le parece, pero que en realidad no lo es? Lo podría decir de otra manera: una directiva, un reglamento, una resolución ministerial ¿Tienen el valor de una política? El plan operativo anual de una oficina pública ¿Equivale a una política? El anuncio de una medida específica, digamos, el aumento de una hora de clases en algunos centros educativos, la entrega de computadoras a las escuelas rurales o el requisito de la nota 14 para aprobar el examen de ingreso a un Instituto Superior Pedagógico ¿Serán acaso el mejor ejemplo de una política pública en educación?

Quizás algunos puedan preguntarse qué interés puede tener reconocer o no como política una medida de gobierno, si lo que cuenta es su importancia y sus propósitos. Quizás se piense que esa es una pregunta irrelevante o una preocupación meramente intelectual. Lamento que no sea así. Hacer esta distinción es de la mayor importancia si el interés que nos mueve es averiguar cómo y hasta qué punto una decisión política tiene la consistencia necesaria como para pronosticar su éxito y la sostenibilidad de sus efectos o se trata más bien de una iniciativa quizás vistosa y bien intencionada, pero destinada a desvanecerse al ritmo del almanaque.

Diversos especialistas en la materia coinciden en definir una política pública como un conjunto de acciones efectuadas desde el Estado y con recursos públicos, dirigidas convergentemente a resolver un determinado problema de carácter público. A quienes les parezca de primera impresión una definición de algún modo tautológica, me apresuraré a decirles que no lo es, pues afirma tres cosas fundamentales: la política como acción, como concertación de procesos y como solución efectiva de preocupaciones ciudadanas. Estas tres características no siempre se aprecian con facilidad en cualquier medida de gobierno, quizás porque, como afirma Eugene Bardach, catedrático de la Graduate School of Public Policy University, de la Universidad de California, el análisis de políticas es más un arte que una ciencia, que requiere de intuición pero también de método.

Aunque esa invisibilidad tal vez obedezca al sencillo hecho de no tener el ojo lo suficientemente avisado sobre los puntos que debieran merecer su mayor atención. Como el ama de casa, que sí puede distinguir en el mercado el buen pescado del que no se debe comprar con solo mirarlo. No se si eso baste, pero a manera de ensayo voy a arriesgarme a proponer ocho preguntas, a sabiendas que representan un filtro aún poco legible al ama de casa de la que hablábamos al inicio.

Una primera pregunta que podríamos formular, por ejemplo, aunque parezca ociosa, es ¿En qué consiste la medida en cuestión? Las acciones o mecanismos principales que caracterizan una medida no siempre se distinguen con facilidad, encontrándose muchas veces diferencias de énfasis o de enfoque en la descripción que hace la norma y la que proponen las declaraciones públicas de las autoridades. No pocas veces se confunde en la descripción la respuesta a la pregunta ¿En qué consiste? con la respuesta a otra pregunta: ¿Para qué sirve? Los propósitos pueden ser muy loables pero se necesita saber antes, con suma claridad, qué es lo que se ha decidido hacer.

Una segunda pregunta merecería ser ¿Cuál es el problema que busca resolver? Naturalmente, no se trata de adivinar sino de buscar en el enunciado de la propia medida o en los discursos oficiales cuál es la situación crítica que la motiva y que se propone abordar. J. Subirats, de la Universidad Autónoma de Barcelona, dice que la definición del problema que motiva la política es crucial y que no se reduce a la simple descripción de una situación que desea cambiarse. Lamentablemente, es común encontrar una definición que no permite visualizar con claridad el camino a seguir entre la situación de partida y la situación deseada, o por el contrario, que insinúa un punto de llegada tan ideal que genera dudas respecto de la suficiencia de la decisión adoptada para alcanzarlo.

Una tercera pregunta que podemos hacernos es: ¿Cómo se propone resolver el problema y en cuánto tiempo? Tendría que ser clara y bien fundamentada la relación entre las acciones o decisiones implicadas en la medida y el problema o aspecto del problema que se propone solucionar, como también los plazos y fases en que se supone lo resolvería. Alguna vez el Ministerio de Educación se propuso universalizar la matrícula de niños de 5 años, revirtiendo un déficit superior al 50%, pero el procedimiento elegido fue una serie de directivas que prescribían a todas sus oficinas regionales priorizar la matrícula de los niños de esa edad, sin construir un solo establecimiento adicional.

La cuarta pregunta debería ser obvia y nunca lo es: ¿Cómo se comprobará el progreso y el logro de los resultados previstos? Es importante ver si la medida considera algún criterio y mecanismo de evaluación, a fin de que pueda ser evidente para todos si está cumpliendo o no sus objetivos. No es nada común que este componente sea motivo de un anuncio político, pero podría estar señalado en otras fuentes, de carácter más bien técnico. No existiendo una cultura de evaluación ni de logros en el accionar del sector público, no debería extrañar que esta pregunta quede sin respuesta. Pero tampoco deberíamos pasarla por alto. Introducir en el sentido común de los que hacen y gestionan las políticas públicas una especial preocupación por los resultados de sus decisiones y no sólo por la bondad de sus acciones, es una necesidad cada vez más apremiante.

Una quinta pregunta puede ser: ¿Esa medida garantiza el resultado o hace falta adoptar otras medidas que la refuercen y complementen? Para responder estas preguntas hay que revisar otras fuentes, nacionales o internacionales, que amplíen el abanico de soluciones posibles a los problemas que la medida pretende afectar. Muchas veces el Estado simplifica sus intervenciones hasta el punto en que le resulten manejables presupuestal y administrativamente, no necesariamente en función de consideraciones estratégicas. Por lo demás, es posible que ciertas medidas útiles para resolver el mismo problema ya estén en curso, pero recorriendo como es usual caminos y cronogramas paralelos, lo que significa que jamás van a encontrarse para reforzar sus efectos.

Una sexta pregunta sería esta: ¿Qué condiciones se necesitan para que la medida se implemente con éxito? Nos referimos a sus supuestos naturales, aquellos requisitos mínimos que debieran verificarse allí donde va a implementarse para que las cosas puedan funcionar. No se piense que preguntar por las obviedades es ocioso. Hace poco el Ministerio de Educación difundió un Manual para Padres, que busca darles a conocer los aprendizajes que sus hijos deben lograr en las escuelas, para que sepan en qué apoyarlos. Santiago Cueto ha lanzado, sin embargo, una sencilla pregunta: Los padres de los niños con peor rendimiento, provenientes casi siempre de las familias más pobres ¿Podrán leer y comprender un Manual de 72 páginas? Por cierto, lo que sigue a la pregunta por las condiciones básicas es otra inevitable: si acaso no existieran ¿Se estará trabajando seriamente en construirlas?

Una séptima pregunta, de gran trascendencia, sería esta: ¿Qué actores podrían favorecer o impedir el éxito de esa medida y qué se está haciendo para comprometerlos? Como recuerda Michael Fullan, decano del Ontario Institute for Studies in Education, de la Universidad de Toronto, muchas decisiones de política se adoptan sin preguntarse antes por el nivel de comprensión, aceptación o preparación de los actores a quienes están dirigidas, para hacer lo que se les pide. Se asume ilusamente que la orden es suficiente o se prefiere creerlo, para no tener que hacerse cargo de una responsabilidad adicional. A causa de esta omisión, muchos procesos naufragan o se desvirtúan. En un reciente estudio de UNESCO en 50 países de América y Europa, se señala que las políticas de evaluación docente mejor diseñadas han terminado en fracasos por desatender o subestimar esta variable. Por supuesto, si no se hecho nada para comprometer y preparar a los actores involucrados, cabe preguntarse si al menos está previsto hacerlo y si existe algún plan razonablemente serio al respecto.

La octava pregunta cae por su propio peso: ¿Qué riesgos existen si la medida se aplica sin considerar otras medidas concurrentes identificadas como necesarias, sin asegurar las condiciones previas más esenciales y/o sin comprometer a los actores claves? Hacer el cálculo de los escenarios de riesgo que supone echar a andar desde el Estado un proceso que carece de las consistencias mínimas necesarias, más allá del ruido que pudiera ocasionar ante la opinión pública, es imprescindible. En ocasiones, el hecho que el problema se mantenga intacto a pesar de los recursos públicos invertidos en resolverlo, no resulta la consecuencia más grave. Hay soluciones que terminan siendo peor que la enfermedad. El daño que ocasionan, por ejemplo, en la credibilidad de la ciudadanía respecto de cierto tipo de opciones que en sí mismas son necesarias, puede resultar irreversible. Pero no hay costumbre de anticipar escenarios cuando se toma una decisión, simplemente se adopta, en la certeza de que toda falla posterior será atribuida a cualquiera, menos al que decidió.

Mis búsquedas y reflexiones de inicios de los 90 me aportaron algunas respuestas provisionales sobre los pasos lógicos más esenciales para afrontar un conflicto de intereses con los niños. Algún testimonio escrito he dejado de eso. Pero también me permitieron concluir que mi curiosidad me había hecho ingresar a una autopista virtualmente interminable. A pesar de eso, descubrí que era posible ir dejándole señales a lo largo del camino, aunque sean pequeñas migas de pan. Ahora, metido en una autopista distinta, la del análisis de políticas, creo que toca empezar a dejar señales con la misma esperanza de aquellos años. Quiero decir, con la esperanza de que le sean útiles a alguien.

En tiempos en que la vigilancia ciudadana a las políticas públicas se vuelve tan incómoda como necesaria para validar la democracia no sólo como forma de organización sino también de funcionamiento del Estado, necesitamos ciertas herramientas que nos ayuden a formar el juicio. Espero que estas ocho preguntas sirvan en algo a ese objetivo.

Lima, 12 de Julio de 2008



1 comentario:

Raul Ochoa Cruz dijo...

Primero para saludar a Luis Guerrero por sus apreciaciones referente a la educación de nuestro país que desde hace muchos años viene siendo mutilado por los diferentes gobiernos, fundamentalmente en lo que respecta a la labor que los maestros vienen realizando como meros cumplidores de lineamientos y políticas que se dan en los laboratorios mal implementados del Ministerio de Educación, aún es más sorprendente cuando los expertos por turnos de gobierno no se ponen de acuerdo de los cambios que se quieren implementar en el sistema educativo de nuestro país. El proceso de construcción de un proyecto educativo regional es cierto que constituye como una gran oportunidad para los maestros y todos los miembros de la comunidad educativa para expresar las necesidades, las demandas y los grandes retos que la globalización nos ofrece, sin embargo si esto no va acompañado con una política reinvindicativa y dignificante del maestro, creemos que muy poco se puede hacer por las reformas, personalmente creo que estos aspectos deben ir de la mano con lo que se viene realizando actualmente en Apurímac, estos mismos temas se debatieron en Puno, donde ya tienen su PER y su Diseño Curricular Regional aprobado si no me equivoco el 14 de julio del presente año. Muy interesante lo que se dice cuando el currículo se lee desde abajo, claro que si porque los maestros auténticos que se movilizan durante muchas horas hasta su centro de trabajo expresa su sentimiento, quizá su incapacidad por no poder hacer mucho por esos peruanos olvidados por el sistema, tienen tantas ganas de mejorar la situación educativa de nuestra región, pero sienten un vacío cuando no tienen aliados o quienes puedan entender de verdad la labor titánica que ellos cumplen en aras de mejorar por lo menos la educación de sus propios hijos. Esto lo manifiesto porque presencie personalmente lo que estos maestros hacen en Cotabambas, Grau (4362 msnm), Antabamba y otros. Bueno en Abancay donde yo laboró, cómodamente puedo adecuarme a las exigencias nacionales y regionales.
Bueno como dice Galeano primero tenemos que cambiar nosotros y entender la diversidad tan compleja de nuestro país. Exitos Luis y me encanta leer tus artículos y sigue alimentando de conocimientos a los maestros, porque solo ellos pueden llevar a cabo una verdadera revolución y reforma educativa.
Atentamente. RAúl Ochoa Cruz.
La Salle - Abancay